Opinión: Lo que se dice

08.03.2021

Por Dr. Osvaldo Dameno

Quiero referirme a dos cuestiones puntuales del discurso oficial, que en estos recientes momentos protagonizaron Alberto y Cristina Fernández. El primero fue el presidente, cuya mayor preocupación parece ser machacar sobre la premisa de que sus amigos son ejemplares y los que no piensan como él merecen la crítica y la censura.

En su afán de ensalzar la figura del gobernador de Formosa Gildo Insfran, pronunció una frase muy sugestiva. "Quiero a Formosa porque conozco a Gildo". A contrario sensu: Si no hubiera conocido a Gildo no querría a Formosa. Es decir,el afecto que tiene por esa provincia proviene únicamente de su conocimiento personal del gobernador. Curiosa manera de pensar del primer mandatario. Es dable colegir que maneja la Argentina en base a sus impresiones, preferencias o experiencias personales. Si bien es aceptable que tenga en cuenta tales circunstancias, es de buen gobernante tomar decisiones en base a datos, políticas, planes y estrategias que los organismos oficiales vayan produciendo precisamente para cimentar un buen gobierno. Los sentimientos personales no deben ocupar un lugar de privilegio en las decisiones de Estado. Cuando esto sucede, se generan injusticias, desigualdades, resentimientos y mala praxis por parte de las responsables de nuestro destino común.

El segundo episodio es de la Vicepresidenta Cristina Fernández, cuando realizó su defensa ante el tribunal encargado de la causa del dólar futuro. Sin entrar al análisis de su discurso netamente político, llama poderosamente la atención la descalificación absoluta del Poder Judicial que ella promueve. Siendo abogada y por ende teniendo conocimiento del desarrollo de la teoría general del Estado, resultan poco comprensibles sus argumentos referidos a que, por provenir del siglo XVIII, los principios que rigen la estructura estatal son desechables. También su insistencia en que sus miembros no resultan electos por el voto popular, cuando va de suyo que eso precisamente constituye una garantía de estabilidad en el sistema de pesos y contrapesos entre los poderes del Estado.

Es insólita su conclusión de unir al poder judicial con las monarquías y extraer de ello un juicio disvalioso de los sistemas monárquicos, que tienen vigencia hoy en numerosas naciones. La alta investidura que ostenta merece mayor ponderación de su parte, también una mayor profundización en los principios rectores del sistema de división de poderes, que desde el principio de nuestro constitucionalismo ha permanecido inalterable, aceptado y respetado unánimemente. Pareciera creer sinceramente que el voto popular es el Jordán que limpia el pasado de los individuos. Un tremendo error conceptual.

La organización política que todos queremos y respetamos deberá vencer a estos desvaríos de quienes ostentan los más altos cargos.